Lucio Quincio Cincinato

Omnia relinquit servare Republicam

Español

Si a Roma le amenazaba un grave peligro, interno o externo, el Senado nombraba un dictador por un periodo de seis meses y le investía de un poder ilimitado sobre la comunidad, incluida la vida de los ciudadanos. En tiempos de guerra o situaciones que exigían decisiones rápidas prefería confiar el poder a un solo hombre, a una sola voluntad. En tales momentos es peligroso dividir el poder supremo entre personas de igual autoridad. El de dictador era pues un cargo limitado, excepcional, y nadie podía ejercerlo por mas de seis meses; cumplida su misión, el cesante volvía a ser un ciudadano cualquiera, dispuesto a rendir cuentas sobre las medidas tomadas durante su mandato.

Cierta vez, los romanos se enzarzaron en una peligrosa guerra contra un pueblo vecino, los éucos. Sobrevinieron malas noticias: uno de los cónsules era de una incompetencia militar increíble. Desesperados, los romanos solo vieron una solución: concentrar todos los poderes en manos de un solo hombre. Y eligieron a Cincinato (cabello ensortijado), un patricio que adquirió fama como cónsul por su valor y su talento político. Cuando los enviados del senado llegaron a ala pequeña granja que Cincinato poseía al otro lado del Tíber para comunicarle el resultado de la votación, el antiguo cónsul estaba arando su campo.

A la mañana siguiente se presento en el Foro con toga de dictador orla de púrpura y llamó a todos los romanos a todos los ciudadanos a las armas. Los encuadró en legiones y se puso al frente de las tropas. A medianoche, el ejercito romano llegaba al campo de los ecuos y, amparado por la oscuridad, rodeó al enemigo y erigió una empalizada a lo largo de sus líneas. Terminado casi el trabajo, Cincinato ordenó a los suyos que profirieran gritos de guerra. Los compatriotas cercados por el enemigo se animaron y lanzaronse al ataque; y con sus fortificaciones ya terminadas, el dictador los secundó. Los ecuos, cogidos entre dos fuegos, pidieron la paz. Cincinato les permitió marchar libres a condición de rendir las armas y entregar los jefes a los romanos. Cumplida su misión, el dictador se despojo de la toga orlada de púrpura, transcurridos apenas seis días, y aunque aún podía prolongar el poder durante seis meses, se reintegró a su arado. En adelante, Cincinato constituyó un símbolo del espíritu cívico de los romanos.

La ciudad estadounidense de Cincinnati perpetúa su recuerdo. Se la denominó así en homenaje al que entonces se consideraba como el Cincinato de los Estados Unidos: George Washington.

Veinte años después de su victoria sobre los ecuos, Cincinato volvió a salvar a su pueblo. Un romano influyente, Espurio Melio, intentó en 439 un golpe de estado. Al menos, se le acusó de ello. Hombre riquísimo, al ser Roma afligida por el hambre pensó que podría apoderarse del mando gracias a su fortuna. La situación era tan desesperada que, según Tito Livio, había quienes se arrojaban al Tíber para acortar sus sufrimientos. Fue entonces cuando Melio compró mucho trigo a los etruscos y lo repartió entre el pueblo hambriento.

Distribuyó trigo a la plebe, que le seguía por doquier seducida por los regalos, consiguiendo que le miraran y exaltaran sobrepujando toda medida decorosa para un particular; prométanle formalmente el consulado por sus favores y promesas; él mismo, en fin (que hombre es insaciable con cuanto le ofrece la fortuna), aspiró a metas más elevadas y prohibidas

Desde luego, Melio tenía intenciones ambiciosas e inconfesables y las autoridades pronto obtuvieron pruebas de su culpabilidad. Se supo que Melio almacenaba armas en su casa, que mantenía reuniones secretas, que forjaba planes para destruir la república y sobornaba a los tribunos del pueblo. La libertad de Roma estaba en peligro y amenazada, y juzgose que solo un dictador podía salvarla. Se eligió otra vez a Cincinato. Tenía entonces ochenta años, pero su vigor físico e intelectual estaba aun intacto. Envio a Servilio (jefe de la caballería, magister equitum) para comunicar a Melio que el dictador le llamaba. Melio comprendió que aquella citación era sospechosa y huyo pidiendo protección al pueblo. Pero Servilio le detuvo y le dio muerte. Después, relató los hechos a Cincinato y éste atájole: "Cayo Servilio, ¡Gracias por tu valor! ¡El Estado se ha salvado!"




Texto extraído de: 'Historia Universal Tomo 3 - ROMA' Ediciones Daimon, Autor: Carl Grimberg (pags 29-30).